La tercera fecha de la temporada de Formula Uno en 1994 queda marcada con tinta indeleble para el resto de la historia de la categoría. El Gran Premio de San Marino en Imola ha sido maldecido como si una fuerza sobrenatural hubiera descendido sobre el circuito de la Emilia-Romaña. La muerte de Ayrton Senna fue el trágico clímax de un fin de semana lleno de tragedia.
Todo comenzó en el primer entrenamiento del viernes 29 de abril, cuando el joven Rubens Barrichello, de 21 años, perdió el control de su Jordan-Hart en la Variante Bassa, a 225 km/h. Según el mismo Barrichello, estuvo muerto por seis minutos tras el impacto de 90G. Milagrosamente, el brasileño salió vivo del pavoroso accidente; una dislocación de costilla y fractura de nariz fue la única consecuencia física que tuvo, sumado a que tardó un mes para terminar de recuperar la memoria.
Sábado 30 de abril. Clasificación. El austríaco Roland Ratzenberger tuvo un roce con David Brabham que dañó su Simtek-Ford en el alerón delantero, hecho que decantaría en un terrible despiste en la curva Villeneuve, a 300 km/h. El auto se destrozó tras el golpe contra el muro, el habitáculo resistió, pero Ratzenberger murió por la fractura en la base del cráneo.
El domingo 1° de mayo, Senna llegó conmovido por la muerte de Ratzenberger y el tremendo accidente de «Rubinho», se lo notaba muy pensativo.
Senna se sentó en su Williams y, en contra de su rutina, no se puso el casco de inmediato. De hecho, fueron varias las fotos que le tomaron ese día en su coche, atado con los cinturones, pero con la cara descubierta. Se lo veía apesadumbrado.
En una entrevista previa con la televisión francesa, Ayrton le envió un mensaje a Alain Prost, su archirrival durante diez años y quien oficiaba de comentarista en la cadena de TV: “Todos te echamos de menos, Alain”.
El francés no estaba en el estudio en ese momento y no lo escuchó. Recién se lo mostrarían una vez terminada la carrera…
Senna se calzó el casco y acomodó en su cockpit un homenaje: la bandera de Austria. Quería brindar un homenaje a la memoria de Ratzenberger en la vuelta de honor enseñando el emblema austríaco. Jamás podría hacerlo.
Llega la carrera: Ayrton larga desde la pole position, seguido de Michael Schumacher en su Benetton. Un accidente en la partida que tuvo a Pedro Lamy y Jyrki Jarvilehto deja la pista llena de trozos de carbono e ingresa el auto de seguridad para poder limpiar.
En la sexta vuelta, el safety car apaga sus luces y la carrera se relanza. Senna mantiene la punta, presionado por Schumacher y llegan a la curva Tamburello, un veloz curvón de 300 km/h.
De repente, el Williams no dobla, siguió derecho, Senna trata de frenarlo y se estrella contra el muro en un ángulo muy complejo para la resistencia del físico del piloto. Imola vuelve a quedar mudo.
El silencio en un autódromo es la peor señal, siempre. El casco amarillo se balancea, Senna no sale, son las 2:17 p.m. del 1° de mayo de 1994. La carrera se detiene con bandera roja.
Sid Watkins, médico en ese entonces de la categoría, comienza su trabajo: tratar de salvarle la vida a su querido Ayrton. Lo atiende en un charco de sangre. A las 2:20 p.m., ya fuera del auto, le realizan una traqueotomía. A las 2:33 p.m. Senna es trasladado en helicóptero al hospital Maggiore de Bolonia y a las 2:55 p.m. la competencia se reanuda.
A las 6:40 p.m., la doctora María Tereza Fiandri dijo: «El electroencefalograma de Ayrton Senna no registra ninguna actividad. Lo mantenemos vivo porque la legislación italiana así lo exige. No hay esperanzas» y dió como hora oficial de la muerte a las 2:17 p.m., el momento del accidente. Así se terminó el Gran Premio maldito, el más fatídico de la historia.
La autopsia posterior informó que Ayrton sufrió traumatismos múltiples en la base del cráneo, ruptura de la arteria temporal y hundimiento frontal que le provocó hemorragia interna.
Senna había muerto, el ídolo que convocaba multitudes en el mundo en cada carrera de Fórmula 1, el orgullo de todo un país, el dueño de Mónaco, el piloto que desafiaba a las condiciones climáticas, el que se enfrentó a los estamentos más altos del deporte motor, el que siempre bregó por la seguridad, apagó su luz haciendo lo que apasionaba.
Hoy, es un mito al que generaciones posteriores que jamás lo vieron correr en vivo, lo tienen como ídolo.